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Abordar la gestión de los ríos, en nuestra opinión, debe considerar la parte emocional que nos une a ellos. Nuestra memoria está vinculada, en mayor o menor medida, a recuerdos en torno a los sistemas fluviales, algunos positivos y otros negativos. Estos ayudan a conformar un imaginario que será determinante en los procesos de toma de decisiones al abordar la gestión de los ríos de una manera participada.

Esta mirada colectiva vinculada a los ríos está influida por el cambio ocurrido en su gestión durante los últimos cincuenta años en España. Durante el transcurso de este tiempo, los ríos han pasado de ser un proveedor de recursos imprescindible y de experiencias vitales determinantes en la vida de las personas que habitaban su entorno, a ser un entorno protegido sin posibilidad de intervención por sus habitantes. En este sentido, desde la aprobación de la Directiva Marco del Agua, es un espacio que no puede ser modificado por el ser humano y en el que se deben favorecer planes y políticas de gestión que permitan alcanzar su buen estado ecológico. Este cambio ha sucedido sin un diálogo previo entre los habitantes del entorno fluvial y el personal técnico de las oficinas en las cuales se ha diseñado esta nueva etapa de gestión.

Una gestión exitosa y sostenible de los ecosistemas requiere contar con las experiencias, saberes, tradiciones, usos y desusos de las personas que habitan el territorio que se pretende gestionar.  En este sentido y, a pesar de que los sistemas de gobernanza actuales admiten procesos de interacción entre los actores interesados, todavía falta mucho para una amplia generalización de procesos que incluyan el sector privado, la sociedad civil y, especialmente, a las comunidades locales, los migrantes, las personas mayores, la infancia y juventud, personas con desafíos en su desarrollo y otras personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad. Para conseguir una co-gobernanza efectiva se necesitan, en primer lugar, espacios en los cuales cualquier persona pueda expresar sus intereses, ejercer sus derechos, satisfacer sus obligaciones y resolver sus diferencias. En segundo lugar, es importante habilitar mecanismos, procesos y metodologías que lo permitan. En tercer lugar, se plantea imprescindible la existencia de instituciones que faciliten la coordinación y ejecución de dichos procesos de co-gobernanza. 

Por tanto, más allá de los procesos de participación pública, resulta imprescindible fomentar la corresponsabilidad social en la gestión del agua (y de los ecosistemas) mediante la creación de espacios para la cooperación entre administraciones, empresas, organizaciones sociales y sociedad en general que contribuyan a una mejora de la gestión del agua y el bienestar de las personas.