Los pequeños habitantes del país empiezan a organizarse cual nube de mosquitos con el fin de parar al monstruo fagocitante. Gúlliver engulle Gúlliver, en Gúlliver engulle Gúlliver… Ciclos de destrucción, ecocidio y exclusión.
Más allá de lo mediático, las culturas organizacionales que afloraron tras el espasmo del 15M empiezan a construir y a visibilizarse. El muro impenetrable ha cedido y en su estructura se ha abierto una ventana de oportunidad política donde grupos, organizaciones y discursos intentan colarse antes de que vuelva a cerrarse por quién sabe cuántos años o décadas. Nuevos métodos, plataformas ciudadanas, descaro en las críticas, criminalizaciones, batallas mediáticas, reorganización, adaptación, propuestas, promesas, señalizaciones, mentiras, congresos, publicidad, populismo, falsas banderas, esperanza…
El marco de la discusión se sitúa en constitucionalidades, federalismos, asambleas constituyentes, programas y reformas. Sin embargo, mientras interioristas y arquitectos alicatan fachadas y cocinas, las cloacas se saturan inundando, pozos, fuentes, ríos y manantiales. Los lilipudienses enaltecidos por espejismos electorales clavan sus cuerdas en débiles estacas esperando sujetar a un monstruo que se levantará aún más hambriento si cabe. Las organizaciones locales mapean sus alianzas en el marco del poder territorial imaginando cruces de federaciones, autonomías y nacionalidades, conectando en el mejor de los casos resistencias globales y mercantiles. Mientras, olvidada por la urgencia y transformada en capital natural, la vida agoniza.
Necesitamos nuevos marcos. El movimiento conservacionista debe trazar nuevas perspectivas y planteamientos. Cualquier proceso constituyente necesita de una territorialización acorde con el equilibrio natural. Las competencias y autonomías deben responder a las capacidades biorregionales. Nuevos mapas de relación y nuevas fronteras emocionales para que Gúlliver se pierda de nuevo en los mares infinitos y quede en la memoria como un fantasma del pasado. Y en la memoria Lilipud, como el país donde hubo un tiempo en que, de veras se pudo, desterrar al monstruo que en realidad sólo era un fantasma.