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Las consecuencias de los últimos temporales, al igual que ocurre ante las grandes avenidas en los ríos, o los incendios forestales en los montes, han vuelto a despertar los sentimientos protectores de papá Estado. 150 millones de euros suponen la primera inyección para devolver a su estado original las infraestructuras afectadas por los fenómenos costeros acaecidos durante los pasados meses de febrero y marzo. En lo que las administraciones hidráulicas denominan “actuaciones de emergencia”, que se corresponden con actuaciones de reparación de daños por los distintos episodios de crecidas, se escapan anualmente unas cuantas decenas de millones de euros. A modo de ejemplo, la Confederación Hidrográfica del Cantábrico ha previsto una inversión para el presente año en materia de reposición de infraestructuras de 11 millones de euros, lo que supone algo más de un 70% de la totalidad de inversiones en infraestructuras durante el 2014. Para más inri, estas obras usualmente se acompañan de grandes carteles que eufemísticamente anuncian “Obras de mejora del cauce”. ¿Por qué hemos de reponer infraestructuras mal diseñadas y peor planificadas? ¿Por qué se ejecutan obras que superan cientos de veces los bienes que pretenden  proteger? ¿Por qué no se hace un deslinde efectivo del Dominio Público Marítimo Terrestre? ¿Por qué ni se plantea ejecutar el deslinde del Dominio Público Hidráulico? ¿Por qué se llama “problema medioambiental” a las máximas avenidas ordinarias, cuando la legislación dice que eso es el cauce?
La naturaleza está en un equilibrio dinámico. Por ello, cuando se alteran los procesos funcionales básicos tras una modificación, bien sea natural (por ejemplo un terremoto) o por la acción del hombre, cualquier ecosistema tiende a una nueva situación de equilibrio similar a la que se encontraba previamente. En términos de escala de tiempo unos ecosistemas tienen una capacidad mayor y otros mucho menor de reequilibrarse. Por ejemplo, la extracción de los sedimentos del sustrato marino en bahías tiende a ser compensada inmediatamente de forma natural: las corrientes marinas y las mareas ‘secuestran’ los sedimentos de las áreas dunares para volver a colocarlos en las zonas dónde se han extraído. Entonces los sistemas dunares van retrocediendo en potencia y algunos de los servicios ecosistémicos que proporcionan se ven reducidos, cuando no eliminados. Si además estos sistemas dunares, dinámicos por naturaleza, presentan construcciones se hipoteca, ¡qué paradoja!, su funcionalidad. Por ejemplo la atenuación del efecto del oleaje durante los temporales. Si en lugar de hablar de extracción de arenas de los fondos hablamos de construcción de diques, todos hemos visto ya lo que ocurre: en la zona al abrigo del dique se empiezan a acumular sedimentos. ¿De dónde saldrán? Pues de las zonas donde el ecosistema los acumulaba de forma natural antes de la instalación del dique. ¿Nos suena de algo? … pero en lugar de utilizar los recursos para restaurar la funcionalidad ecológica de los ecosistemas que proveen de servicios a la sociedad, se utilizan los recursos para poner un nuevo parche; un nuevo dique; un muro más alto; una canalización; movimientos masivos de arenas; …
El problema de fondo, hartamente conocido, es ignorado por una clase política que parece gestionar y planificar pensando, en el mejor de los casos, tan solo en sus simpatizantes. Durante una reciente entrevista el Ministro Agricultura, Alimentación, y Medio Ambiente,   realizó unas declaraciones que definen a la perfección la motivación del presente texto. El titular decía así: “Gestionar un país no es un problema de presupuesto, sino de ideas”.  No pretendemos banalizar sobre un problema que afecta a bienes públicos y privados, si bien es cierto que, en ocasiones, no queda otra solución que la reposición. Al contrario, procuramos alertar sobre la peligrosa práctica de no gestionar, de que el político de turno se mueva para premiar al vocero y se aliente con el palmero, que contentar el populismo y las soluciones a corto plazo sea más importante que ser consecuente con la encomienda de gestionar y legislar sobre el Bien Común y el Patrimonio Natural.
Es difícil pensar que solo cuando el sentido común proporcione más votos que el postureo, las cosas cambiarán. ¿De verdad resulta tan etéreo el concepto de desarrollo sostenible? ¿Será cierto que tan solo cuando desaparezcan ciudades bajo el mar nos pondremos serios con eso del Cambio Climático? ¿Nos creemos que la solución a todos nuestros problemas ambientales pasa por zambullirnos en esa corriente neoliberal que privatiza servicios porque asume la ineficiencia del Estado? Demasiadas preguntas y ninguna respuesta, por eso quizá se nos queda grande ese epíteto con el que nos autodenominamos ¿sapiens? ¿De qué?.