Hoy en día, cualquier día de calor por encima de lo normal o cualquier lluvia un poco más intensa de lo habitual se explican como los efectos claros del cambio climático que se documenta en revistas científicas, noticias de radio o periódicos locales y en programas de educación ambiental de todo el globo. Sin embargo, no es tan obvio y patente que el cambio climático es la realidad en la que han evolucionado los ecosistemas y especies desde que comenzó la vida en el planeta Tierra.
En otras épocas muy remotas, otros cambios de escala planetaria y de gran importancia bioclimática fueron también generados por la actividad de otros organismos distintos a los humanos. Por ejemplo, el cambio de composición de gases de la atmósfera por la actividad fotosintetizadora de algas y plantas cambio las condiciones reductoras de la atmósfera inicial por la presencia de un entonces letal oxígeno.
Parece ser que la clave para la conservación de la biodiversidad es que estos grandes cambios se den lo suficientemente lentos como para que las especies puedan evolucionar y adaptarse a las nuevas condiciones. El problema hoy en día, por tanto, sería que la tasa del cambio climático actual es más elevada que los registrados con anterioridad y, así, la capacidad de reacción de la naturaleza puede no ser la deseada.
Además de la probable rapidez del cambio climático, las diferentes especies que conforman la parte viva de los ecosistemas van a tener un problema de mayor envergadura al enfrentarse con las nuevas condiciones producidas por la que podría catalogarse ya hoy, como la mayor transformación “físico-química” del planeta. Esta transformación es el resultado de la actividad del hombre sobre la faz de la tierra habiendo movido montañas, talado bosques enteros, construido millones de hectáreas de superficies impermeables, embalsado y canalizado aguas y orillas, introducido una enorme variedad de toxinas y sustancias sintéticas en las cadenas tróficas, introducido organismos modificados genéticamente y otros invasores, etc..
Todas estas actuaciones han creado un sinfín de nuevas condiciones y limitaciones ambientales a un ritmo alarmantemente alto que generan un nuevo escenario para el desarrollo de las especies. Este nuevo escenario impone unas nuevas condiciones y, por tanto, las comunidades que se desarrollan en este período, el “antropoceno”, tenderán a un nuevo equilibrio, que no será en ningún momento el de una comunidad clímax de gran complejidad, sino lo contrario. La simplificación de las comunidades clímax conlleva la pérdida de resiliencia ecosistémica, siendo esta definida como la capacidad de los ecosistemas de poder recuperarse de perturbaciones naturales o antrópicas.
En conclusión, antes de elucubrar cuales pueden ser las diferentes consecuencias del cambio climático y del posible papel del CO2 en todo esto, sería interesante priorizar las actuaciones hacia el aumento de la resiliencia de los ecosistemas y de las sociedades humanas desde un punto de vista multidisciplinar (económico, social y cultural). Para ello es indispensable poder fortalecer aquellos procesos y características de los ecosistemas que contribuyen a su complejidad y estabilidad.