Año tras año asistimos cada final del invierno y comienzo de la primavera a la devastación provocada por los incendios forestales que arrasan nuestros montes, ya de una forma perenne, con la llegada del viento sur o episodios anticiclónicos. Los valles del Nansa, Saja, Besaya, Pas-Pisueña y Miera principalmente, arden todos los años por los cuatro costados sin que aparentemente se tomen medidas severas para acabar con esta lacra, que está hipotecando el futuro forestal y medioambiental de los montes de Cantabria y de otras provincias del noroeste peninsular.
Aunque en el resto de la Península Ibérica la época crítica de incendios forestales es el verano, con la llegada del calor y de la sequía estival, en Cantabria este período tiene lugar principalmente entre febrero y abril, coincidiendo con episodios de viento sur o de jornadas anticiclónicas, que hacen que la vegetación esté más seca y que por consiguiente arda sin dificultad.
El objetivo de estos incendios es acabar con el matorral (tojos y brezos principalmente) para generar nuevos pastos para el ganado. A pesar de la política de desbroces (que pagamos todos) e incluso de quemas controladas que se vienen fomentando desde la administración, año tras año nos topamos con un elevado número de incendios, por lo que el fracaso de estas políticas preventivas es evidente. Tampoco las sanciones parecen amedrentar a los que queman el monte. Pocos son los que son pillados infraganti y, por lo que se ve, las sanciones que se les imponen a los que son sorprendidos tampoco parecen hacerles recapacitar.
Municipios como Tudanca, Rionansa, Lamasón, Cabuérniga, Los Tojos, Selaya, Vega de Pas o San Roque de Riomiera, por citar alguno de los más castigados por los incendios, presentan un deterioro forestal y ambiental preocupante, después de años y años de quemarse laderas enteras, en ocasiones de fuerte pendiente, donde la erosión ya ha hecho acto de presencia. Estos incendios repetidos en el tiempo están acarreando pérdida de masa forestal, empobrecimiento y acidificación de los suelos, erosión y pérdida de suelo y de biodiversidad. Además todos estos sedimentos que son arrastrados por la lluvia después de un incendio, acaban en los ríos y arroyos y en los estuarios, afectando también a estos frágiles ecosistemas.
En nuestra opinión, los incendios forestales constituyen en la actualidad uno de los problemas ambientales más importantes a los que se enfrenta Cantabria, por todas las consecuencias que están teniendo y que han sido anteriormente expuestas y por su amplio grado de afección en cuanto a superficie total en nuestra región. Por ello, esta práctica debería abolirse con todas las herramientas al alcance de la Administración y de la sociedad civil puesto que se está comprometiendo un valor ambiental y paisajístico de todos. Parece pues urgente realizar una ordenación de los usos del suelo, delimitando las zonas de pasto, las áreas forestales y potencialmente forestales, para la regeneración de estas últimas por medio de la reforestación y un aprovechamiento forestal ordenado y compatible con la conservación de la naturaleza, allí donde se estime oportuno, en especial fuera de la Red de Espacios Naturales Protegidos.
Ejemplos de gestión forestal en provincias como Soria o Navarra pueden servir de guía para potenciar los valores forestales de Cantabria, generando así nuevos puestos de trabajo en aquellos lugares sin ninguna productividad aparente, aunque con un elevado potencial forestal y un valor paisajístico incalculable. De otro modo, los incendios de hoy abundarán en la degradación de los montes hasta quedar convertidos en yermas laderas erosionadas y deforestadas, a modo de desierto, en la no tan verde tierruca.