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Un día en el Asón a través de los ojos de una voluntaria

Me levanto con dudas, cuesta ir sola. Me decido y voy.
Remonto el Asón desde su desembocadura, como un salmón. Primero en coche, a partir del pueblo que lleva el nombre del río a pie, en buena compañía.
La primavera se deja ver: brotes en los salces, el camino bordeado de hepáticas. Este año hay muchas.
Sergio y Lolo nos hablan del paisaje modelado por el agua y el hielo, de peces que habitan el río y el mar, de la vida que hay en la superficie de las piedras.
De vironeros, cómo olvidarlo.
La necesidad de cuidar nuestro entorno vuelve a ser conclusión.
Llegamos a la cascada donde nace el Asón, la cabellera de una anjana.
Espectacular.
El vapor de agua nos moja.
Volvemos al punto de salida, para ir en coche al otro nacimiento, el del Gándara.
Asón y Gándara, ríos que casi se tocan al nacer y solo se unen kilómetros más tarde.
Me llevan en descapotable, de las emociones que no esperaba: entre cómico y placentero.
En la Gándara nos explican cómo la asociación Fario cría truchas para repoblar el río, en busca de la sencillez y de la semejanza con el ciclo natural.
Nos enseñan las instalaciones. Un antiguo molino, que también guarda un nido de mirlo acuático.
Llega el momento de la suelta al río.
Ilusión.
Los alevines se van haciendo dibujos.
Comemos. El lugar precioso, el día de sol no lo desmerece.
Nacho nos despide. He  conocido gente agradable, he aprendido cosas, he vivido emociones, he disfrutado de la belleza, he colaborado con un bonito proyecto.
Ir con dudas. Y volver recordando que siempre se gana yendo.
 
Palmira Incera, voluntaria del Proyecto Ríos.